LUIS LINARES ZAPATA
La Jornada, Opinión
Miércoles 2 de diciembre de 2015
La sociedad mexicana ha formado un polvorín con su continuo y beligerante movimiento de reclamos, protestas y conflictos. La variedad del espectro temático que cubre en su deambular es inmenso. Hay de todo y casi a toda hora, y con distintos actores. Los concurrentes en las calles y plazas se cuentan por miles. Los motivos de su efervescencia van desde lo trillado hasta lo novedoso, pasando por lo circunstancial o lo básico. Si las preocupaciones de los grupos se midieran por la altisonancia que se aprecia a simple vista, solamente en las calles de la capital, se tendría obligadamente que hablar de ruidosas muchedumbres. Un día aparecen los estudiantes del Politécnico blandiendo su inconformidad con un cambio súbito a sus planes de estudio y, una semana después de álgidos intercambios con el gobierno, se hacen presentes los maestros de la CNTE con todo un pliego de propuestas y oposiciones a la reforma educativa. Hasta los siempre apreciados y nunca bien escuchados bomberos toman sus pancartas y muestran, enfundados en su lustrosa ropa, maltratada por el uso, sus carencias que rayan en la pena ajena. Otro día vuelven, sobre sus anteriores andanzas ya bien sufridas por los citadinos, los precaristas de Antorcha Campesina para reinstalar sus acostumbrados asedios a la sede de Gobernación en la calle de Bucareli sin que se sepa, aunque fuera de manera preliminar o menos confusa, lo que les hizo levantar su prolongado plantón. Y así continua, de forma casi interminable, el abigarrado tropel de la sociedad hacia el clamor sinfín de sus angustias y demandas sin asideros.
Tan recio golpeteo, sin embargo, no es estéril. Va resquebrajando los cimientos, propósitos y capacidades de las instituciones diseñadas para conducir el conflicto. Y no se detiene, sino que arrecia hasta ensartarse en una toma y daca que, al menos, pretende dar salida a la creciente presión acumulada. El grueso de sensaciones, creencias, problemas y propuestas sociales se deposita, finalmente, en los ya tascados cajones donde, a lo mejor, alguna vez se cimentó la legitimidad el llamado Estado nacional. El gobierno en turno, en especial el federal –sin excluir a los locales– se retuerce sobre sí mismo incapaz de atender la desbordada demanda. No logra, quizá porque tampoco quiere, escapar del juego de espejos que lo aprisiona la mayor parte de las veces. En la destilada representatividad de sus actores e instituciones aparece, cada vez más audible y cierto, ese oneroso vacío que debía estar atiborrado de pueblo satisfecho. El accionar de los gobiernos se reduce y concentra su trato con individuos, grupos u organismos que alegan impersonar al conjunto de ciudadanos: grupos de presión los llaman.
En tratándose de asuntos relativos a los derechos humanos contrariados por la violencia sin control o por el ninguneo oficial a su resguardo y promoción, el problema se magnifica de manera exponencial. A ello hay que añadir el daño causado por la impunidad y la corrupción imperantes. Se condensa entonces el cúmulo de insatisfacciones y demandas no atendidas que tienen en jaque a los diversos niveles de la autoridad actual. La administración de Peña Nieto pareció despegar de manera aceptable en sus inicios, allá por el lejano 2013. A pesar de que sus famosas y celebradas reformas estructurales acarrearon siempre oposiciones masivas se dio la impresión de dinamizar a una buena parte de la sociedad. Una tragedia, en apariencia aislada y local (Iguala) se incrustó en el cuerpo colectivo hasta paralizar a toda la Federación. De ese pasmo no ha logrado, a un año de distancia de los varios asesinatos y la desaparición de normalistas, salir. Otros sucesos han fungido como acompañamiento no previsto: la caída del precio del petróleo y el consiguiente zarandeo de la reforma energética, tan celebrada, ocupa lugar de privilegio. La caída de los ingresos presupuestales, junto al ya enquistado lento crecimiento de la economía, ha puesto un pesado fardo de arena sobre la imaginación y las endebles espaldas del oficialismo. Y así parece que se han terminado las energías de un alegado gobierno que sabía cómo poner en marcha a México. La fuga de El Chapo y la escandalosa evidencia de un sistema perforado por consustanciales complicidades forman los restos de la mortaja.
Se inicia el postrer mes de 2015, un año que quisiera pasar al olvido pero que solivianta la densa insatisfacción popular. La Presidencia de la República cojea notoriamente (Casa Blanca), aunque pretenda valerse de intensa propaganda de imagen para rescatar presencia y fuerza para acometer los años que le quedan por delante. El postrero y final será, de no enderezar de inmediato el rumbo, similar al caótico 1994 de todas las tragedias y pesares.
(http://www.jornada.unam.mx/2015/12/02/opinion/022a2pol)